Blackberry en el trabajo: sin normas


En estos días, Argentina lidera en América Latina el ranking del uso de celulares para enviar mensajes de texto o correo electrónico. Este uso impacta mucho en el trabajo ya que permite a un trabajador mantenerse "alerta" durante las 24 horas para intervenir ante una emergencia, como sucede con los médicos, policías, analistas de sistemas, ingenieros y técnicos. Esta forma de estar "conectado" con el trabajo constantemente tiene sus consecuencias en la esfera privada del trabajador y aún no existe en Estados Unidos, España y mucho menos, Argentina, una legislación que contemple este abuso en la utilización excesiva de dispositivos de comunicación para fines laborales.

Algunas grandes empresas ya están empezando a valorar la idea de que parte de sus empleados envíe el trabajo desde casa, o al menos, a fomentar una fórmula híbrida, todavía incipiente, que combine la asistencia a reuniones semanales, por ejemplo, con jornadas a distancia. Es la gran esperanza (siempre que sea voluntaria) para que la conciliación entre la vida laboral y la privada deje de ser una conmovedora aspiración. El celular o la Blackberry facilitarían esta opción, pero la realidad es que muchos empleados a los que se dota de estos aparatos viven una transición que consiste en hacer las dos cosas, con una mano en la globalización y el trasero pegado a las oficinas del siglo XX.

"Lo estresante para mí sería que ocurriera algo y no me pudieran avisar", comentó Antonio García, fotógrafo de un periódico de Madrid. Algo similar opina una profesional de 27 años, que gestiona y organiza los stands de ferias comerciales en Barcelona. "Aunque no está en el contrato, yo sé que en ciertas épocas del año tengo que estar de guardia entre comillas, que me pueden llamar a cualquier hora por lo que sea. Anoche estaba cenando con mi pareja a las once de la noche y me avisaron de que había una incidencia; a veces vas a comer con la familia el domingo y alguien ha perdido las llaves para entrar al recinto o no funciona el aire acondicionado y tengo que solucionarlo. Lo bueno de la Blackberry es que tengo todos mis contactos ahí, me permite arreglar el problema a distancia la mayor parte de las veces. Es esclavo, pero le veo más ventajas que inconvenientes", agrega.

Aún asumiendo con naturalidad que se pueda recibir una llamada en cualquier momento, ¿son esto horas extra? ¿Cómo se paga esa disponibilidad, no reconocida como tal en ningún papel, de alguien que no tiene cargo, que es un asalariado? Ésta es la cuestión que plantea la denuncia de un grupo de trabajadores estadounidenses a su compañía, T-Mobile USA, recogida en un reportaje publicado en el diario The Wall Street Journal. El estrés no figura entre sus argumentos: tres empleados han llevado a los tribunales a su compañía, T-Mobile USA, por obligarles a llevar un celular y responder a llamadas y mensajes de trabajo fuera de su horario sin retribución alguna.

En España todavía no hay denuncias y, como en Estados Unidos, no está regulado el uso del móvil en el trabajo. Muchas empresas tampoco han desarrollado un protocolo explícito y claro que recoja en qué condiciones se emplea, de modo que, en la práctica, los sustitutos naturales suelen ser los pactos tácitos y los límites personales que establezca el propio trabajador. Jordi García, profesor de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social de la Universidad de Barcelona, explica que este asunto se resuelve de manera informal.

"Mientras no se den abusos, lo cual es muy subjetivo, esa informalidad puede ser conveniente, ya que todo depende del tipo de actividad que se desarrolle, del sentido común y de cada caso particular. Es habitual que el trabajador use el móvil de empresa para sus llamadas personales y, si no se pasa, ése es el pacto. Al empresario le conviene, le sale barato, porque a cambio tiene a alguien ahí siempre. Por otra parte, ¿cómo se mide ese fin de semana en el que he estado esperando una llamada que al final no se ha producido? ¿He estado trabajando o no? Esta flexibilidad no tiene por qué ser negativa, se pueden pactar soluciones", comenta.

Sentir que no se desconecta del trabajo, que no hay un tiempo privado que no pueda ser interrumpido, es una idea muy estresante, que se nota a medio plazo, aunque no afecta a todos por igual.
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Esa indefinición de cuándo empieza y acaba la jornada, la ruptura espacio-temporal tradicional, no sólo afecta al salario o al estrés y, por tanto, a la salud. Lo perverso del asunto tiene que ver con el poder y con la posición del trabajador en la empresa.

El aparatito también es capaz de activar otros miedos. En el fin de semana o en las vacaciones, cuando suena, interrumpe, pero, ¿y si no suena? En muchas cabezas se enciende un pensamiento angustioso: "¿Ya no cuentan conmigo? ¿no soy alguien necesario para solucionar problemas? ¿No se acuerdan de mí?". Suena absurdo, a testimonios de yonki, pero existe.

"El uso del iPhone o la Blackberry no puede ser compulsivo. En EE UU a esta adicción se denomina crackberry, y consiste en mirar más de 400 veces diarias la pantalla", cuenta como ejemplo. En realidad, estas personas son adictas al trabajo, pero parece que meterse en el bolsillo uno de estos terminales móviles de empresa puede ser el camino más recto para convertirse en uno de ellos.

Un ejemplo de buena gestión es el de Luis Perdices, decano de Económicas de la Complutense (Madrid). Él no puede no tener teléfono, al fin y al cabo, es el responsable último de la facultad. "En cualquier momento puede haber un problema o una situación excepcional, como un encierro de alumnos, un robo de madrugada... Yo lo tengo 24 horas encendido y con llamadas pactadas de algunas personas de mi equipo, que ya hacen de filtro. Te pueden llamar del ministerio, cualquiera de los 512 profesores, algún alumno... si no distribuyera la atención de llamadas sólo me dedicaría a contestar. Y siempre en silencio. Lo miro de vez en cuando, y ya sé si ha pasado algo urgente dependiendo de quién llame y cuántas veces", cuenta. ¿Parece fácil, no? Pruebe con la próxima llamada.

Fuente: DiarioUno.com.ar

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