-Hoy llega tarde.
-Sí, excúseme, doctor, pero había un trancón tremendo. Le marqué en mi BlackBerry, pero su línea estaba ocupada. Nada, ocupado. Su secretaria debía de estar hablando con el novio. Fallan las personas, pero las máquinas no fallan.
Sí, doctor, he pensado lo del fetichismo que usted me explicó. Eso que decía su señor Freud. Debe de ser, pero mi BlackBerry es divino. Sí, ya sé lo que piensa usted sentado detrás de mí, doctor. Lo siento, pero no puedo refrenarme. ¿Se ha fijado en su pantalla? Parece un cíclope con su único ojo, hecho para que uno lo mire, pero él lo mira a uno. No puedo desprenderme, no puedo dejar de mirarlo. A veces tengo miedo de que sea como la Gorgona y yo quede de piedra. ¿Y qué me dice de su graciosa forma? La delgadez, la finura, qué elegancia. Desde que lo vi me enamoré de él. Sí, es verdad, el iPhone que tiene un amigo mío puede resultar igual de imponente, con muchas ventajas. Lo mismo me dicen del Palm o los Nokia, o los Sony-Ericsson. Sí, es cierto, lo sé. Pero yo caí a los pies de mi BlackBerry, sí, el mío. Solamente el mío, no me interesa otro.
¿Cómo puede ser de otra manera? He pasado los mejores ratos con él. Con solo tocarlo siento el placer de las melodías del paraíso. Me da música, me muestra dónde estoy, me da el recuerdo que traen las fotografías y registra nuevas imágenes para que no olvide. Es mi mejor compañero. Ningún ser humano lo puede remplazar. Más aún, me comunica con mis amigos y amigas. Me permite arreglar las citas, organiza mi vida y mueve mis reuniones, mis almuerzos y mis cenas. Me recuerda los cumpleaños de mis parientes. Me bloquea las llamadas de aquellos a los que no les quiero hablar. Me mantiene socialmente activo.
Muchos me envidian cuando me ven con él, y despierto sus celos cuando lo cojo en mi mano para oírlo. No importa que sea en público, en la soledad de mi casa (soledad incompleta porque tengo su compañía), en la calle o en el baño. No encuentro objeción ni me parece mal educado llamar por mi aparato cuando estoy en alguna reunión. Pero, doctor, ¿es acaso malo atender las llamadas cuando es el BlackBerry el que, con su vibrante timbre, me pide que las oiga? Yo hablo porque él me domina. Es como si él fuera mi dueño, pues está por encima de todo. La verdad es que no sé por qué la gente se molesta tanto. Si navego con él en la web o si pongo mensajes o si llamo a quien quiera.
Si no es él, ¿quién me va a dar mi posición? ¿Quién me va a decir dónde me hallo? ¿Quién marcará mi ruta si no es él con su GPS? Ya no se sabe dónde se encuentra parado el ser humano. Todos dependen de que alguien les diga por dónde ir, que les marquen el destino. ¿Qué mejor y más preciso que mi BB? Sí, doctor. Así lo llamo, porque para mí es tan adorable como un niño de brazos. No estoy de acuerdo, no lo puedo aceptar, cuando alguien dice que eso de los teléfonos es una fijación de tipo sexual. ¿Verdad que no, doctor? Aunque he pensado en algo que a usted le va a parecer gracioso. He pensado que sin teclas, sin las teclas de mi BB, no hay paraíso. No se burle, doctor. Y no crea, no sufro de crackberry, ni soy un esclaberry.
Claro que ahora tengo que prestarle más atención de lo normal. Últimamente he sentido celos. Me parece que mi BB me está traicionando. Sí, doctor, no carraspee. Se lo digo porque he encontrado llamadas registradas que yo no he hecho y que corresponden a teléfonos que desconozco. Llamo a esos números (¡que él no lo sepa!), pero me cuelgan. ¿Lo estarán chuzando? No, mi Blackcito se debe de haber enamorado. El otro día lo dejé junto a un iPhone y seguramente estableció contacto y se creó un magnetismo entre ellos. Esos iPhones son muy llamativos. Tanto como cualquier celular de cualquier marca. Pero, doctor, yo con mi Blackie...
-Perdón, ya se cumplieron los cincuenta minutos. Lo espero la próxima semana.
Fuente: El Tiempo.com
-Sí, excúseme, doctor, pero había un trancón tremendo. Le marqué en mi BlackBerry, pero su línea estaba ocupada. Nada, ocupado. Su secretaria debía de estar hablando con el novio. Fallan las personas, pero las máquinas no fallan.
Sí, doctor, he pensado lo del fetichismo que usted me explicó. Eso que decía su señor Freud. Debe de ser, pero mi BlackBerry es divino. Sí, ya sé lo que piensa usted sentado detrás de mí, doctor. Lo siento, pero no puedo refrenarme. ¿Se ha fijado en su pantalla? Parece un cíclope con su único ojo, hecho para que uno lo mire, pero él lo mira a uno. No puedo desprenderme, no puedo dejar de mirarlo. A veces tengo miedo de que sea como la Gorgona y yo quede de piedra. ¿Y qué me dice de su graciosa forma? La delgadez, la finura, qué elegancia. Desde que lo vi me enamoré de él. Sí, es verdad, el iPhone que tiene un amigo mío puede resultar igual de imponente, con muchas ventajas. Lo mismo me dicen del Palm o los Nokia, o los Sony-Ericsson. Sí, es cierto, lo sé. Pero yo caí a los pies de mi BlackBerry, sí, el mío. Solamente el mío, no me interesa otro.
¿Cómo puede ser de otra manera? He pasado los mejores ratos con él. Con solo tocarlo siento el placer de las melodías del paraíso. Me da música, me muestra dónde estoy, me da el recuerdo que traen las fotografías y registra nuevas imágenes para que no olvide. Es mi mejor compañero. Ningún ser humano lo puede remplazar. Más aún, me comunica con mis amigos y amigas. Me permite arreglar las citas, organiza mi vida y mueve mis reuniones, mis almuerzos y mis cenas. Me recuerda los cumpleaños de mis parientes. Me bloquea las llamadas de aquellos a los que no les quiero hablar. Me mantiene socialmente activo.
Muchos me envidian cuando me ven con él, y despierto sus celos cuando lo cojo en mi mano para oírlo. No importa que sea en público, en la soledad de mi casa (soledad incompleta porque tengo su compañía), en la calle o en el baño. No encuentro objeción ni me parece mal educado llamar por mi aparato cuando estoy en alguna reunión. Pero, doctor, ¿es acaso malo atender las llamadas cuando es el BlackBerry el que, con su vibrante timbre, me pide que las oiga? Yo hablo porque él me domina. Es como si él fuera mi dueño, pues está por encima de todo. La verdad es que no sé por qué la gente se molesta tanto. Si navego con él en la web o si pongo mensajes o si llamo a quien quiera.
Si no es él, ¿quién me va a dar mi posición? ¿Quién me va a decir dónde me hallo? ¿Quién marcará mi ruta si no es él con su GPS? Ya no se sabe dónde se encuentra parado el ser humano. Todos dependen de que alguien les diga por dónde ir, que les marquen el destino. ¿Qué mejor y más preciso que mi BB? Sí, doctor. Así lo llamo, porque para mí es tan adorable como un niño de brazos. No estoy de acuerdo, no lo puedo aceptar, cuando alguien dice que eso de los teléfonos es una fijación de tipo sexual. ¿Verdad que no, doctor? Aunque he pensado en algo que a usted le va a parecer gracioso. He pensado que sin teclas, sin las teclas de mi BB, no hay paraíso. No se burle, doctor. Y no crea, no sufro de crackberry, ni soy un esclaberry.
Claro que ahora tengo que prestarle más atención de lo normal. Últimamente he sentido celos. Me parece que mi BB me está traicionando. Sí, doctor, no carraspee. Se lo digo porque he encontrado llamadas registradas que yo no he hecho y que corresponden a teléfonos que desconozco. Llamo a esos números (¡que él no lo sepa!), pero me cuelgan. ¿Lo estarán chuzando? No, mi Blackcito se debe de haber enamorado. El otro día lo dejé junto a un iPhone y seguramente estableció contacto y se creó un magnetismo entre ellos. Esos iPhones son muy llamativos. Tanto como cualquier celular de cualquier marca. Pero, doctor, yo con mi Blackie...
-Perdón, ya se cumplieron los cincuenta minutos. Lo espero la próxima semana.
Fuente: El Tiempo.com
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