Hoy, en medio de tantos avances avasalladores de la tecnología, ¿quién puede decir que nunca se ha dejado tentar por las delicias prácticas y fáciles que brinda una ágil y moderna herramienta de pleno siglo XXI como lo es el BlackBerry? (o, de manera reduccionista haciendo gala de la era que vivimos, BB, como comúnmente se le conoce).
Pero, más allá de este dispositivo móvil y todas las magníficas aplicaciones que ofrece, está el "chat" del BB que parece estar generando una oleada de zombie-pin-adictos-asociales, incapaces de tener el más mínimo contacto humano porque ante todo están las prioridades de ofrecer una respuesta rápida, ícono-gestual-parlante que delate el "mood" de quien escribe y de quien responde.
Grupos de amigos que han compartido una vida de momentos, risas e infortunios ahora parecen estar sustituidos por robots que se envían mensajes de chat desde ese pequeño dispositivo que tiene revolucionado al mundo entero ¿Nos hemos vuelto, desde ya, esos personajes automatizados que desde pequeños instalaron en nuestra imaginación? ¿Seremos nosotros mismos esas máquinas que reemplazan el tibio contacto y la cálida sonrisa del momento impredecible que solía unir los lazos de esta humanidad que ahora pareciera desintegrada a pedacitos?
Si el temor por una tecnología que reemplazara al individuo en su capacidad intelectual estaba en vilo, creo que ya la superó, y con grandes creces, porque pasó de tener una respuesta sistemática "inteligente" a muchas de nuestras necesidades para pasar a reemplazar, mediante un ícono, el estado de ánimo en que nos encontramos, esa capacidad emocional que nos identifica(ba) de otras especies.
Ahora sucede que, a falta de ese estrecho contacto humano, preferimos enviar mediante un ping el ícono que representa una cerveza junto al de una carita triste para hacerle entender a nuestro interlocutor que estamos melancólicos y que haga de cuenta que estamos brindando con él/ella la cerveza fría que deberíamos estar tomando en aquel sitio que antaño fuera testigo de nuestras confidencias.
Hasta hace poco pensé que el término " ping " sólo aplicaba para ese deporte de mesa, generalmente asociado con asiáticos ojirrasgados situados a uno y otro lado de una pequeña mesa de madera pintada de color verde con divisiones blancas, para comenzar a disputar un partido de Ping-Pong, haciendo gala del seco sonido que produce el devenir de la bola entre uno y otro "raqueteo", es decir, entre el ping y el pong.
Ahora, en lugar de estrechar la mano y mirar a los ojos para decir "mucho gusto, Fulanito de tal", lo común es, al tiempo que sacamos nuestro teléfono inteligente y tecleamos un par de piezas, escribir "Hello, acá te envío el Pin de mi BB", seguido de una carita que pica el ojo.
Dejamos de ser un nombre para convertirnos en un número más del ciberespacio, en un pin-BB, con el cual jugamos al ping-pong en el devenir de mensajes de chat que proporciona la cancha autista-virtual del intercambio comunicacional diario en que se han convertido nuestras interacciones, aún teniendo a nuestro interlocutor a unos cuantos centímetros de distancia.
Pero, más allá de este dispositivo móvil y todas las magníficas aplicaciones que ofrece, está el "chat" del BB que parece estar generando una oleada de zombie-pin-adictos-asociales, incapaces de tener el más mínimo contacto humano porque ante todo están las prioridades de ofrecer una respuesta rápida, ícono-gestual-parlante que delate el "mood" de quien escribe y de quien responde.
Grupos de amigos que han compartido una vida de momentos, risas e infortunios ahora parecen estar sustituidos por robots que se envían mensajes de chat desde ese pequeño dispositivo que tiene revolucionado al mundo entero ¿Nos hemos vuelto, desde ya, esos personajes automatizados que desde pequeños instalaron en nuestra imaginación? ¿Seremos nosotros mismos esas máquinas que reemplazan el tibio contacto y la cálida sonrisa del momento impredecible que solía unir los lazos de esta humanidad que ahora pareciera desintegrada a pedacitos?
Si el temor por una tecnología que reemplazara al individuo en su capacidad intelectual estaba en vilo, creo que ya la superó, y con grandes creces, porque pasó de tener una respuesta sistemática "inteligente" a muchas de nuestras necesidades para pasar a reemplazar, mediante un ícono, el estado de ánimo en que nos encontramos, esa capacidad emocional que nos identifica(ba) de otras especies.
Ahora sucede que, a falta de ese estrecho contacto humano, preferimos enviar mediante un ping el ícono que representa una cerveza junto al de una carita triste para hacerle entender a nuestro interlocutor que estamos melancólicos y que haga de cuenta que estamos brindando con él/ella la cerveza fría que deberíamos estar tomando en aquel sitio que antaño fuera testigo de nuestras confidencias.
Hasta hace poco pensé que el término " ping " sólo aplicaba para ese deporte de mesa, generalmente asociado con asiáticos ojirrasgados situados a uno y otro lado de una pequeña mesa de madera pintada de color verde con divisiones blancas, para comenzar a disputar un partido de Ping-Pong, haciendo gala del seco sonido que produce el devenir de la bola entre uno y otro "raqueteo", es decir, entre el ping y el pong.
Ahora, en lugar de estrechar la mano y mirar a los ojos para decir "mucho gusto, Fulanito de tal", lo común es, al tiempo que sacamos nuestro teléfono inteligente y tecleamos un par de piezas, escribir "Hello, acá te envío el Pin de mi BB", seguido de una carita que pica el ojo.
Dejamos de ser un nombre para convertirnos en un número más del ciberespacio, en un pin-BB, con el cual jugamos al ping-pong en el devenir de mensajes de chat que proporciona la cancha autista-virtual del intercambio comunicacional diario en que se han convertido nuestras interacciones, aún teniendo a nuestro interlocutor a unos cuantos centímetros de distancia.
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