Distraerse, añade Jung, también ayuda. La está llena de ejemplos que lo confirman. Arquímedes gritó su famoso ¡Eureka! al sumergirse en una bañera llena de agua. El conocido matemático del siglo XIX Henri Poincaré desarrolló sus principales teorías en el preciso instante en que subía a un autobús. Y al Nobel de Física Richard Feynman le gustaba irse a un bar, pedir un 7-Up y, si la inspiración llegaba, apuntar las ecuaciones en una servilleta.
Nada de esto es casual. La aparente comprensión “repentina” es, en realidad, fruto de un trabajo cerebral de conexión de ideas que empieza mucho antes de lo que creemos. Eso sí, todo ocurre en el plano inconsciente. Por eso los neurocientíficos recomiendan que, para tomar decisiones complejas, distraigamos al cerebro consciente con actividades mecánicas como resolver un puzzle. Es lo que el holandés Ap Dijksterhuis llama “hipótesis de deliberación-sin-atención”, comúnmente conocida como la consulta con la almohada.
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