Confieso que nunca he entrado en un Ikea. No tanto por esnobismo como por pánico: he oído terribles historias de broncas, rupturas, amistades truncadas, divorcios exprés y niños perdidos, así que no me arriesgo a traspasar las puertas de ese Edén del mueble barato y el bricolaje obligatorio. Mi pánico a Ikea se confirma en un estupendo artículo de la revista Esquire, titulado con el gráfico nombre de “Hombre + mujer + Ikea = bronca”, un “trabajo de campo” de Lucía Martín.
El artículo es una incursión en el universo Ikea desde la experiencia personal que pretende desentrañar las diferentes actitudes de hombres y mujeres respecto a la compra, ese microcosmos de la vida. Los gigantescos almacenes de Ikea hacen las veces de escenario del teatro de la vida. Así, “las diferencias en los procesos de compra se remontan a las habilidades que cada sexo ha ido desarrollando desde hace miles de años: las mujeres se dedicaban a recolectar y los hombres a cazar”, según un estudio de la Universidad de Michigan citado en la revista.
El dato que encabeza este artículo lo enarbola Alfredo Fraile, director de la consultora Interbrand. Reproduzco a continuación sus elocuentes palabras:
“El hombre ve este proceso [la compra] como una necesidad, una misión que ha de acabar lo antes posible. Entrar, buscar, encontrar, pagar y salir. Los artículos de Ikea están expuestos de tal forma que se ven todos y hay muchísimos. A la mujer le gusta verlos, comparar, tomarse su tiempo. Al hombre no, se encuentra incómodo, tiene prisa por irse. Hay estudios que afirman que hombres y mujeres pueden comprar juntos durante sólo unos 70 minutos: más allá, las posibilidades de bronca aumentan inexorablemente según avanzan las manecillas del reloj”.
Ahí reside el quid de la cuestión: la laberíntica disposición de las tiendas Ikea –según me cuentan mis cronistas- son una trampa para el comprador, que tiene que completar la gymkana a través de todo el catálogo para llegar a la caja, pero también para las parejas heterosexuales, quienes, incapaces de completar el circuito en menos de los 70 minutos preceptivos –el límite de la paciencia- se ven abocados a una crisis matrimonial en su vano intento de conseguir una estantería Nybygge y un juego de servilleteros. (Informa: Esquire y Cooking Ideas) y ecualink
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