El estudio se realizó por medio de una resonancia magnética avanzada a unos 32 jugadores (de 31 años en promedio) y cuya actividad en el fútbol se remonta desde la infancia. También se les realizaron pruebas cognoscitivas. Los investigadores, encabezados por el doctor Michael L. Lipton, descubrieron que había cambios en el cerebro de los jugadores similares a los que se presentan en gente que ha tenido una contusión o lesión cerebral leve.
También descubrieron que hay un nivel límite. Los jugadores que golpearon la pelota menos veces que ese límite, tenían menos probabilidad de mostrar estos cambios en el cerebro, mientras que los que estaban sobre el umbral tenían más probabilidad de tener problemas.
Ese umbral, según sugieren los investigadores, está entre 1.000 y 1.500 golpes al año, dependiendo de la parte de la cabeza que reciba el impacto. Para llegar a esta conclusión se hizo un seguimiento durante 12 meses a los jugadores, donde debían anotar cuántas veces cabecearon la pelota.
Durante el año 2003, el Dr. Scott Delaney de la Universidad McGill reportó que el 60% de los jugadores de la institución padecían los síntomas de una fuerte contusión (náuseas, dolores de cabeza, problemas de memoria y sensibilidad a la luz) tan sólo en una temporada.
Al examinar detalladamente los cambios en el cerebro, se encontró que la relación entre la velocidad del impacto del balón en un partido de fútbol profesional es el doble respecto a la de un jugador no profesional incrementando el riesgo de una lesión cerebral, especialmente en las regiones relacionadas con la atención, la memoria y funciones visuales importantes.
Los investigadores esperan replicar el experimento para obtener mejores datos, ya que 32 sujetos de estudio es un grupo bastante reducido para sacar buenas conclusiones.
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