Hace 10 años, cuando Facebook apareció en el ciberespacio, no imaginábamos todas las implicaciones que esta red social tendría en nuestra vida diaria y amorosa. Comencé a usarlo por ahí de 2006. No me gustaba, la interfaz me parecía poco clara, prefería el ahora embalsamado MySpace.
Ya entonces las redes sociales hacían lo suyo en materia de relaciones. Pertenecemos a la generación que conoce a sus parejas por medio de Twitter y Facebook, o jugando Apalabrados (sé de algunos casos). "¿Quién ya empezó a ligar por LinkedIn?", preguntó alguien en Twitter una vez. El mecanismo ya no sorprende a nadie. Las redes sociales y las apps entrañan más actividad ligatoria que los bares del momento.
Esto es el presente. Es más fácil enamorarse de perfiles, fotos, actualizaciones de estado, enlaces y pequeños manifiestos fragmentados, que de un solo vistazo o una sola charla en una fiesta o en un bar.
A 10 años de su lanzamiento, no se puede sino pensar en Facebook como un componente básico de nuestra forma de relacionarnos social y amorosamente. Nuestros amigos están al tanto de lo que pasa en nuestra vida porque existe la posibilidad de hacerla pública: si nos comprometemos, nos casamos, rompemos o nos divorciamos, Facebook puede convertirlo todo en un acontecimiento compartido.
Por otra parte, las rupturas no son lo que solían ser. En tiempos de las redes sociales es más difícil sobrellevar sus consecuencias, porque el otro permanece en nuestro timeline, porque no sabemos si debemos eliminarlo, dejar de seguir sus publicaciones o intentar fortalecer el ánimo, creando una especie de inmunidad a su presencia virtual (fotos con novia nueva incluidas).
10 años... pareciera que es mucho tiempo, pero no es nada si pensamos que durante siglos la gente se enamoró, organizó fiestas y reuniones, celebró los triunfos de sus amigos y creó sólidas enemistades sin pantallas de por medio. En sólo 10 años hemos creado un vínculo de dependencia con Facebook y otras redes sociales. ¿Qué tan afectados nos sentiríamos si de pronto dejaran de existir?
Para quienes viven exclusivamente fuera de ellas (todavía existe dicha especie),el comportamiento de los usuarios podría parecer patológico. Contemplamos la pantalla de la computadora o el celular, gesticulamos, nos reímos, ladeamos la mirada cuando una suposición nos inquieta. Porque, resulta, en Facebook interactuamos socialmente y reaccionamos a tono con lo que pensamos y sentimos, más allá de los likes.
Nos siguen gustando las palabras que salen de la boca del otro, las conversaciones frente a frente, las largas sobremesas. No estamos renunciando al contacto físico ni a las citas en restaurantes. Pero gracias a las redes sociales podemos comunicarnos más allá del espacio, a través del tiempo, y haríamos mal en no aprovechar sus posibilidades.
Nadie cuestiona que las redes sociales hayan puesto sobre la mesa nuevos y delicados planteamientos éticos, que haya mucha vida más allá de la pantalla. Pero eso no anula la existencia de la vida que sucede en el más acá, y en estos 10 años nos hemos vuelto expertos en sortearla.
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