He vivido sin un teléfono celular durante los últimos tres meses y medio.
La decisión de vivir sin un teléfono móvil no la hice yo, inicialmente. Mi viejo iPhone 5S dorado fue robado después de que lo dejara en un estante de suéteres talla extra en septiembre. Furiosamente, revisé la función Find My iPhone de Apple. Le envié un correo electrónico y le tuiteé a la tienda minorista. Regresé a la tienda dos veces para ofrecerle a los empleados 300 dólares como recompensa para que me ayudaran a recuperarlo. No tuve nada de suerte.
Cuando estuve en paz con la decisión de que no iba a recuperarlo, decidí probarle a este ladrón (y a mí misma) que no me robaron nada; que no afectaría mi vida de ninguna forma.
Fue más fácil decirlo que hacerlo. Para pasar la vida sin un celular, tuve que hacer planes por adelantado, mantener mi palabra y confiar en que otros hicieran lo mismo. Y después hacía cosas sin planearlas si es que realmente tenía que hacer algo.
(Y, tengo una confesión: tenía una iPad que llevaba a todos lados conmigo… pero debido a que solo se conecta a través de WiFi, no era tan útil como pudieras pensar).
Cuando iba a un lugar nuevo, buscaba el lugar en mi iPad antes de ir y tomaba una captura de pantalla del mapa. De esa forma, si no tenía WiFi, al menos podía ver un mapa (estático).
Cuando tenía que tomar una fotografía, dejaba la vergüenza y orgullo a un lado y tomaba fotografías con mi iPad. Y cuando necesitaba tomarme una selfie, simplemente le pedía a alguien que me tomara una fotografía.
Si tenía una verdadera necesidad, a veces le pedía sus teléfonos a las personas.
Cuando iba tarde a una junta con mi jefe, y estaba atrapada en el tránsito, oraba por una estación del metro con WiFi o un Starbucks para enviarle un correo electrónico desde la parte trasera de un taxi. No tenía cigarrillos. Así que, la única opción que tuve para ponerme en contacto con él fue llamarlo… desde el teléfono celular del taxista.
Cuando tuve una entrevista telefónica para mi nuevo empleo en CNNMoney, le pedí prestado el teléfono celular a mi compañero de trabajo.
Y cuando Google me sacó de Gmail y tuve que ingresar de nuevo con un proceso de autentificación de dos pasos, tuve que enviarle un correo electrónico a mi compañero de trabajo para que descolgara mi línea telefónica (mi número de respaldo) para que pudiera decirme cuál era el código.
No tener un teléfono celular también fue una molestia para mi familia. Mi mamá (quien tiene un teléfono Android) simplemente no podía llamarme. Tenía que ir a la computadora, ingresar a Google Hangouts, enviarme un mensaje y esperar a que respondiera, y entonces llamarme con una invitación para chatear.
Los últimos 135 días fueron una aventura. Pero algunas cosas fueron sorpresivamente fáciles de lograr sin un teléfono celular. El WiFi está en casi todos lados en Nueva York. Bares, restaurantes, galerías de arte y estaciones del metro tienen puntos de acceso.
Debido a que la mayoría de mis amigos tienen iPhone, no tuvieron problemas para contactarme; FaceTime Audio y iMessage todavía funcionaban en mi MacBook y iPad. Facebook Messenger, Google Hangouts, Skype y los correos electrónicos llenaban el resto de los vacíos de comunicación.
Hubo amigos a los que extrañé hablarles, y extrañé mi Instagram y aplicaciones para comprar boletos Zipcar y New Jersey Transit. Pero además de eso, no puedo decir que extrañé muchas cosas.
De hecho, estoy contenta de que no tuve teléfono celular en estos meses. Pero mi racha está a punto de terminar: mi nuevo empleo requiere que tenga uno, y ya me siento agobiada y ansiosa por pensar que tengo que cargar un teléfono celular de nuevo.
Creo que dependemos demasiado de los smartphones. En promedio, los clientes estadounidenses pasan casi tres horas al día en un dispositivo móvil, según la empresa de analítica móvil, Flurry. Múltiples aplicaciones que rastrean el uso de smartphones encontraron que la persona promedio revisa su teléfono entre 60 y 125 veces al día.
Así que, cuando le digo a alguien que no he utilizado un teléfono celular, actúa desconcertado. ¿Cómo te llaman o contactan las personas? ¿Cómo te reúnes con tus amigos? ¿Qué haces en caso de emergencia?
Esas preguntas ilustran perfectamente la dependencia, miedo y agobio que ahora tenemos; el precio que pagamos por todos los beneficios que trae la conectividad móvil.
Pero, principalmente, solo ganamos comodidad. El costo de esta comodidad es una pequeña correa que nos encadena a este dispositivo, y nos priva de dos habilidades básicas de supervivencia; valentía e ingenio.
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