Para contestar hay que descender a las profundidades de la materia, formada por átomos compuestos de protones con carga eléctrica positiva, neutrones sin carga y electrones con carga negativa. La electricidad que circula por los cables de cobre convencionales se constituye del movimiento de los electrones libres –los protones y neutrones permanecen quietos–, que para sorpresa del profano tienen una velocidad de desplazamiento muy lenta.
En un cable de cobre con una densidad de corriente de 10 amperios por milímetro cuadrado (habitual de las instalaciones comunes), su velocidad es inferior a un milímetro por segundo.
Entonces ¿por qué se encienden las luces de nuestra casa nada más pulsar el interruptor? Esta rapidez se produce porque los electrones libres que transfieren la electricidad se hallan presentes por todo el circuito en un número y una densidad inconcebiblemente grandes. Una analogía permite entenderlo muy bien: piensa en un tubo lleno de canicas.
Si metemos una más, inmediatamente sale otra para hacerle sitio, por alejada que se encuentre. Los electrones se comportan de la misma forma en un cable, por largo que este sea: si uno se mueve, aunque sea muy despacio, todos los demás tienen que hacerlo. Los efectos de la electricidad ocurren al instante, y por eso decimos que la velocidad de la corriente en un cable es cercana a la de la luz.
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